domingo, 18 de enero de 2015

San Francisco, como te has hecho de rogar.

Nuestra predicción de ayer no podría haber sido más incierta. Si que podía ir peor.

Madrugón en Roma para coger el avión que por fin, hoy si, nos llevaría a Nueva York. Al llegar al aeropuerto seguras y contentas, una azafata que ya había tenido que lidiar con nosotras el día anterior nos dice que su compañero lo hizo mal y no teníamos la reserva del nuevo vuelo.
Después de que una gran ola de odio recorriera nuestro cuerpo, nos dice que lo va a arreglar. Se marcha y vuelve a los pocos minutos que dos asientos en ese mismo vuelo.
Bien, las cosas no van tan mal. Y todo apunta a que nuestras maletas van a ir en nuestro mismo vuelo y luego directas a San Francisco.

El viaje fue largo. Muy largo. Repartimos el tiempo entre dormir, comer y ver las pelis gratis que había en el avión.
El viaje fue tan largo que llegamos con hora y media de retraso a Nueva York.
Teníamos una hora para llegar al siguiente vuelo. Un azafato de Roma nos había dicho que la escala mínima en Nueva York debía ser de dos horas.
Bajamos corriendo del avión. Tras una larga espera en el control de pasaportes, decidimos correr hacia nuestro vuelo, dejando atrás a nuestras preciadas maletas.

Si ningún tipo de ayuda de los trabajadores del aeropuerto, llegamos al nuevo control.
Zapatos fuera, ordenador fuera, cargadores fuera, todo fuera para agilizar nuestra llegada al avión.
Tuvimos que coger un tren para cambiar de terminal, y tras recorrer (corriendo de verdad) toda la terminal 4 hasta la puerta B35, las puertas de nuestro vuelo acababan de cerrar.
No pudimos colarnos a lo película, ni llorarle mucho a nadie para que nos abriera las puertas.

Preguntamos donde teníamos que ir ahora, y un chico nos dijo que teníamos que ir a la puerta B18 a coger un bus que podía llevarnos al avión (ahora que lo escribo no entiendo como pudimos verle sentido en ese momento, pero los nervios es lo que hacen).
Corriendo desandamos (corrimos) nuestros pasos para llegar a la B18, donde un amable señor nos dijo que ese avión ya había salido y que teníamos que ir a la B31 a que nos dieran un nuevo vuelo.

Ya más calmadas, paseamos otra vez por el aeropuerto hasta la puerta B31. Durante este trayecto calculamos las pérdidas sufridas. Una manta y una almohada robadas del anterior vuelo y una bufanda. Desde aquí les mandamos un recuerdo donde quiera que estén.
Al llegar a la puerta, una amable chica nos recolocó (en asientos separados)  en un nuevo vuelo a San Francisco que solo salía 2 horas más tarde. Después de lo de Roma esto era lo mejor que nos podía pasar.
Parece que nos habíamos olvidado, pero no. Preguntamos por nuestras maletas y la amable chica nos comentó que seguramente las abrirían, ya que no las habíamos recogido del anterior vuelo y que irían en el mismo vuelo que nosotras.

Decidimos ir en busca de Wi-Fi para avisar a los compañeros que ya estaban haciendo turismo por San Francisco. Una dependienta nos dijo que en el "Sky Priority" (donde esperan los ricos) tenían Wi-Fi y que desde la puerta llegaba.
Entramos y nos sentamos en el final de las escaleras que llevaban al mostrador del "Sky Priority". Nos echaron. Nos quedarnos fuera, apoyadas en la pared a ver si nos seguía llegando un poco la señal.
Pensamos que sería una buena idea inmortalizar ese momento, pedimos una foto a un chico que pasaba por delante nuestra y para nuestra sorpresa, nos dijo que no. Más que eso, nos dijo que no y salió medio corriendo despavorido como si mi móvil fuera un bomba o algo. Americanos...
Poco tardaron en echarnos también de la pared.
Fuimos a buscar algo de comer y por fin llegó la hora de subirse en el avión que nos llevaría a San Francisco.

Tras unas largas horas de vuelo, le llegada a San Francisco fue igual de afortunada que las anteriores.
La poca esperanza que teníamos por encontrar las maletas se esfumo enseguida. Pusimos una reclamación, y con una nueva bolsa de aseo bajo el brazo pusimos rumbo al hotel.

La suerte seguía de nuestro lado y llegamos un minuto después de que saliera el ultimo tren que nos llevaba al centro de San Francisco. Desesperadas ya por llegar al hotel, cogimos un taxi directo al centro y POR FIN, nos encontramos con Nathan, Alejo y Cris.

Parecia imposible, pero no!

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