Nuestra predicción de ayer no podría haber sido más incierta. Si que podía ir peor.
Madrugón en Roma para coger el avión que por fin, hoy si, nos llevaría a Nueva York. Al llegar al aeropuerto seguras y contentas, una azafata que ya había tenido que lidiar con nosotras el día anterior nos dice que su compañero lo hizo mal y no teníamos la reserva del nuevo vuelo.
Después de que una gran ola de odio recorriera nuestro cuerpo, nos dice que lo va a arreglar. Se marcha y vuelve a los pocos minutos que dos asientos en ese mismo vuelo.
Bien, las cosas no van tan mal. Y todo apunta a que nuestras maletas van a ir en nuestro mismo vuelo y luego directas a San Francisco.
El viaje fue largo. Muy largo. Repartimos el tiempo entre dormir, comer y ver las pelis gratis que había en el avión.
El viaje fue tan largo que llegamos con hora y media de retraso a Nueva York.
Teníamos una hora para llegar al siguiente vuelo. Un azafato de Roma nos había dicho que la escala mínima en Nueva York debía ser de dos horas.
Bajamos corriendo del avión. Tras una larga espera en el control de pasaportes, decidimos correr hacia nuestro vuelo, dejando atrás a nuestras preciadas maletas.
Si ningún tipo de ayuda de los trabajadores del aeropuerto, llegamos al nuevo control.
Zapatos fuera, ordenador fuera, cargadores fuera, todo fuera para agilizar nuestra llegada al avión.
Tuvimos que coger un tren para cambiar de terminal, y tras recorrer (corriendo de verdad) toda la terminal 4 hasta la puerta B35, las puertas de nuestro vuelo acababan de cerrar.
No pudimos colarnos a lo película, ni llorarle mucho a nadie para que nos abriera las puertas.
Preguntamos donde teníamos que ir ahora, y un chico nos dijo que teníamos que ir a la puerta B18 a coger un bus que podía llevarnos al avión (ahora que lo escribo no entiendo como pudimos verle sentido en ese momento, pero los nervios es lo que hacen).
Corriendo desandamos (corrimos) nuestros pasos para llegar a la B18, donde un amable señor nos dijo que ese avión ya había salido y que teníamos que ir a la B31 a que nos dieran un nuevo vuelo.
Ya más calmadas, paseamos otra vez por el aeropuerto hasta la puerta B31. Durante este trayecto calculamos las pérdidas sufridas. Una manta y una almohada robadas del anterior vuelo y una bufanda. Desde aquí les mandamos un recuerdo donde quiera que estén.
Al llegar a la puerta, una amable chica nos recolocó (en asientos separados) en un nuevo vuelo a San Francisco que solo salía 2 horas más tarde. Después de lo de Roma esto era lo mejor que nos podía pasar.
Parece que nos habíamos olvidado, pero no. Preguntamos por nuestras maletas y la amable chica nos comentó que seguramente las abrirían, ya que no las habíamos recogido del anterior vuelo y que irían en el mismo vuelo que nosotras.
Decidimos ir en busca de Wi-Fi para avisar a los compañeros que ya estaban haciendo turismo por San Francisco. Una dependienta nos dijo que en el "Sky Priority" (donde esperan los ricos) tenían Wi-Fi y que desde la puerta llegaba.
Entramos y nos sentamos en el final de las escaleras que llevaban al mostrador del "Sky Priority". Nos echaron. Nos quedarnos fuera, apoyadas en la pared a ver si nos seguía llegando un poco la señal.
Pensamos que sería una buena idea inmortalizar ese momento, pedimos una foto a un chico que pasaba por delante nuestra y para nuestra sorpresa, nos dijo que no. Más que eso, nos dijo que no y salió medio corriendo despavorido como si mi móvil fuera un bomba o algo. Americanos...
Poco tardaron en echarnos también de la pared.
Fuimos a buscar algo de comer y por fin llegó la hora de subirse en el avión que nos llevaría a San Francisco.
Tras unas largas horas de vuelo, le llegada a San Francisco fue igual de afortunada que las anteriores.
La poca esperanza que teníamos por encontrar las maletas se esfumo enseguida. Pusimos una reclamación, y con una nueva bolsa de aseo bajo el brazo pusimos rumbo al hotel.
La suerte seguía de nuestro lado y llegamos un minuto después de que saliera el ultimo tren que nos llevaba al centro de San Francisco. Desesperadas ya por llegar al hotel, cogimos un taxi directo al centro y POR FIN, nos encontramos con Nathan, Alejo y Cris.
Parecia imposible, pero no!
domingo, 18 de enero de 2015
miércoles, 7 de enero de 2015
Empezando con buen pie
No se donde debería estar en estos momentos, solo se que no estoy ahí. Y que en su lugar estoy en Roma.
Todo ha empezado a las 5 de la mañana, cuando Alejo, Nathan, Ana y yo hemos llegado al aeropuerto.
Todo iba sobre ruedas, hasta que al pobre Alejo le han dicho que su vuelo no era el mismo que el nuestro.
Tras unos segundos de incómodo silencio, Alejo ha salido corriendo, abandonando a su querida almohada.
Mientras Alejo corría desconsoladamente hacia su nuevo avión, que despegaba en menos de una hora, los demás nos hemos reído cariñosamente de su metedura de pata.
Con suerte todo salió bien, y aunque en vuelos diferentes, todos llegamos sanos y salvos a Roma.
Pero el karma no nos iba a dejar escapar tan fácilmente.
Muy apurados, hemos llegado a la puerta de embarque donde Alejo nos esperaba sonriente con su tarjeta de embarque. Ha sido entonces, cuando nos hemos dado cuenta de que nosotros no la teníamos.
Al ir a preguntar a los responsable de Alitalia en Roma, nos dijeron que los encargados de darnos esa tarjeta de embarque eran los de la facturación de Madrid. Sin embargo, la madrileña retrasada de turno, muy sonriente nos dijo que no nos preocupásemos, porque nos la daban sin problema en el aeropuerto de Roma.
Conclusión: inocentemente, nos dejaron en tierra.
Muy amablemente, comentaron que podíamos esperar a que finalizara el embarque para que nos asignaran los sitios libres que quedaran, y como hoy la suerte estaba de nuestro lado, aparecieron dos encantadoras americanas que volaban a San Diego y que por extrañas razones, tenían prioridad sobre nosotros.
Rápidamente, les asignaron dos de los sitios que quedaban libres, y media hora más tarde, cuando nos tocaba a nosotros, nos comentan que únicamente disponen de otros dos sitios.
A veces, donde caben dos, no caben tres.
Noblemente, dejamos a Alejo que siguiese solo con esta aventura, y decidimos buscar una nueva alternativa para llegar a San Francisco.
Siguiendo en su linea de amabilidad, nos ofrecieron comida por las molestias causadas, aunque ésta nunca llegó a nuestras manos.
Por suerte, había plazas libres en un avión que iba a San Francisco pasando por Mónaco.
Cuando parecía que todo volvía a su cauce, otra vez el número 2 se puso en nuestra contra.
Fue entonces, cuando volvimos a pensar en nuestro querido Alejo. Que aunque no teníamos ninguna duda de que llegara sano y salvo a San Francisco, sin la tarjeta de Nathan con la que hicimos la reserva, no tenía donde caerse muerto.
Así que, decidimos que Nathan sería el siguiente en abandonar el grupo, cogiendo el vuelo que pasaba por Mónaco.
Mientras con pánico pensábamos en nuestro siguiente movimiento, nos consuelan diciendo que la maleta de Nathan seguiría el mismo rumbo que su dueño, mientras que las nuestras se quedarían en tierra con nosotras.
Acto seguido, nos ofrecen lo siguiente: pasar la noche en Roma (to´ pagao) y volar al día siguiente a San Francisco, pasando por Nueva York como teníamos pensado al principio.
Tras aceptar esta atractiva propuesta, decidimos ir en busca de nuestras queridas y preciadas maletas.
Como era de esperar, nadie tenia ni puta idea de donde estaban.
Por si no fuera poco, el intérprete del grupo ya estaba rumbo a Mónaco, por lo que encontrar las maletas se convertía en una misión doblemente complicada.
Tras varias horas de espera, decidimos abandonar el aeropuerto sin las maletas, pero con el kit de supervivencia que Alitalia había puesto a nuestro servicio.
Como todo buen kit de supervivencia, contábamos con: una camiseta blanca, un cepillo de dientes, un mini desodorante, dos bastoncillos y una cuchilla de afeitar.
Por fin la suerte nos sonrió.
Felizmente, con el kit bajo el brazo, llegamos a nuestro bonito hotel. Para nuestra sorpresa, incluía comida, cena y desayuno gratis.
Tras esta racha de suerte, decidimos ir a visitar Roma, y es cuando el karma volvió a entrar en acción, castigándonos con 60€ por los trayectos del bus que nos llevaba a Roma.
Sin embargo, no nos rendimos y pasamos una agradable tarde en Roma.
Como ya nada podía ir peor, al llegar al hotel nos esperaba una apetitosa cena una ducha de agua caliente.
Aunque con mal cuerpo por no haber dormido más de dos horas en los últimos dos días, estos privilegios no nos satisfacen tanto como esperábamos, ya que la ausencia de nuestras maletas se hace notar.
A las 23:16, cenaras, duchadas y con un Ibuprofeno en el cuerpo, no sabemos absolutamente nada de nuestros dos compañeros. Y por si fuera poco, el quinto miembro del grupo, Cristina, que desde el principio volaba por su cuenta, no tiene móvil por lo que de momento no ha dado señales de vida.
Con una perspectiva optimista, despedimos esta entrada pensando que, una vez tocado fondo solo podemos ir hacia arriba.
Así que esperemos estar mañana todos reunidos en San Francisco, con o sin maleta.
Todo ha empezado a las 5 de la mañana, cuando Alejo, Nathan, Ana y yo hemos llegado al aeropuerto.
Todo iba sobre ruedas, hasta que al pobre Alejo le han dicho que su vuelo no era el mismo que el nuestro.
Tras unos segundos de incómodo silencio, Alejo ha salido corriendo, abandonando a su querida almohada.
Mientras Alejo corría desconsoladamente hacia su nuevo avión, que despegaba en menos de una hora, los demás nos hemos reído cariñosamente de su metedura de pata.
Con suerte todo salió bien, y aunque en vuelos diferentes, todos llegamos sanos y salvos a Roma.
Pero el karma no nos iba a dejar escapar tan fácilmente.
Muy apurados, hemos llegado a la puerta de embarque donde Alejo nos esperaba sonriente con su tarjeta de embarque. Ha sido entonces, cuando nos hemos dado cuenta de que nosotros no la teníamos.
Al ir a preguntar a los responsable de Alitalia en Roma, nos dijeron que los encargados de darnos esa tarjeta de embarque eran los de la facturación de Madrid. Sin embargo, la madrileña retrasada de turno, muy sonriente nos dijo que no nos preocupásemos, porque nos la daban sin problema en el aeropuerto de Roma.
Conclusión: inocentemente, nos dejaron en tierra.
Muy amablemente, comentaron que podíamos esperar a que finalizara el embarque para que nos asignaran los sitios libres que quedaran, y como hoy la suerte estaba de nuestro lado, aparecieron dos encantadoras americanas que volaban a San Diego y que por extrañas razones, tenían prioridad sobre nosotros.
Rápidamente, les asignaron dos de los sitios que quedaban libres, y media hora más tarde, cuando nos tocaba a nosotros, nos comentan que únicamente disponen de otros dos sitios.
A veces, donde caben dos, no caben tres.
Noblemente, dejamos a Alejo que siguiese solo con esta aventura, y decidimos buscar una nueva alternativa para llegar a San Francisco.
Siguiendo en su linea de amabilidad, nos ofrecieron comida por las molestias causadas, aunque ésta nunca llegó a nuestras manos.
Por suerte, había plazas libres en un avión que iba a San Francisco pasando por Mónaco.
Cuando parecía que todo volvía a su cauce, otra vez el número 2 se puso en nuestra contra.
Fue entonces, cuando volvimos a pensar en nuestro querido Alejo. Que aunque no teníamos ninguna duda de que llegara sano y salvo a San Francisco, sin la tarjeta de Nathan con la que hicimos la reserva, no tenía donde caerse muerto.
Así que, decidimos que Nathan sería el siguiente en abandonar el grupo, cogiendo el vuelo que pasaba por Mónaco.
Mientras con pánico pensábamos en nuestro siguiente movimiento, nos consuelan diciendo que la maleta de Nathan seguiría el mismo rumbo que su dueño, mientras que las nuestras se quedarían en tierra con nosotras.
Acto seguido, nos ofrecen lo siguiente: pasar la noche en Roma (to´ pagao) y volar al día siguiente a San Francisco, pasando por Nueva York como teníamos pensado al principio.
Tras aceptar esta atractiva propuesta, decidimos ir en busca de nuestras queridas y preciadas maletas.
Como era de esperar, nadie tenia ni puta idea de donde estaban.
Por si no fuera poco, el intérprete del grupo ya estaba rumbo a Mónaco, por lo que encontrar las maletas se convertía en una misión doblemente complicada.
Tras varias horas de espera, decidimos abandonar el aeropuerto sin las maletas, pero con el kit de supervivencia que Alitalia había puesto a nuestro servicio.
Como todo buen kit de supervivencia, contábamos con: una camiseta blanca, un cepillo de dientes, un mini desodorante, dos bastoncillos y una cuchilla de afeitar.
Por fin la suerte nos sonrió.
Felizmente, con el kit bajo el brazo, llegamos a nuestro bonito hotel. Para nuestra sorpresa, incluía comida, cena y desayuno gratis.
Tras esta racha de suerte, decidimos ir a visitar Roma, y es cuando el karma volvió a entrar en acción, castigándonos con 60€ por los trayectos del bus que nos llevaba a Roma.
Sin embargo, no nos rendimos y pasamos una agradable tarde en Roma.
Como ya nada podía ir peor, al llegar al hotel nos esperaba una apetitosa cena una ducha de agua caliente.
Aunque con mal cuerpo por no haber dormido más de dos horas en los últimos dos días, estos privilegios no nos satisfacen tanto como esperábamos, ya que la ausencia de nuestras maletas se hace notar.
A las 23:16, cenaras, duchadas y con un Ibuprofeno en el cuerpo, no sabemos absolutamente nada de nuestros dos compañeros. Y por si fuera poco, el quinto miembro del grupo, Cristina, que desde el principio volaba por su cuenta, no tiene móvil por lo que de momento no ha dado señales de vida.
Con una perspectiva optimista, despedimos esta entrada pensando que, una vez tocado fondo solo podemos ir hacia arriba.
Así que esperemos estar mañana todos reunidos en San Francisco, con o sin maleta.
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